Me pusieron Joaquim Paneque. Más que un nombre para
un apellido, un arquetipo para una epopeya. Paneque en griego significa “el que
todo lo tiene”, y Joaquim,el nombre del padre de mi madre, Maria, guardián
“trinsgeneracional”,y nombre también del abuelo materno de Jesucristo.
Causalidades al margen,os diré que fui un niño sobreprotegido hasta el
paroxismo.Crecí almohadillado hasta convertirme en una de ellas,un ser
invertebrado, sin médula interior ni sistema inmunitario-social posible.Con el
paso del tiempo, la alm@hadilla que celosamente custodiaba mi corazón infinito
devendría en el símbolo de una vida consagrada al trastorno
obsesivo-compulsivo,y mi doblemente cuadriculado corazón yacería ya para
siempre, entregado al infinito número de veces en que tendría que repetir cada
acción,cada movimiento,por trivial que éste fuera. Un ser dual más en un mundo
dualista, pero en mi caso, doblemente,doblegado por el peso de un armazón de
planos yuxtapuestos,doblando para que el plano vertical irrumpiera en el doliente
horizontal cotidiano,que,por mi condición hipermental,no sería ya aquel un
inocente punto en el horizonte de sucesos infinito, sino más bien, con el
ángulo adecuado,un rayo que debería ser capaz de ver caer con la suficiente antelación. Una doble cruz
nada ortodoxa para un viaje más heterodoxo aún. Un viaje del TOC al TAO. Un
viaje que hace escala en la Vida. O cómo Quim Paneque pasó de Quimérico a
Qántico.